POLITICA: POR JOSE M. GARCIA ROZADO

La reindustrialización de la Argentina, solo presente en el "relato" oficialista

Antes de la presentación del Plan Estratégico Agroalimentario, la Presidente se reunió con la UIA y los sectores empresarios hablándoles de una reindustrialización que sólo puede encontrarse en el “relato/discurso” esgrimido falazmente por el oficialismo y que nunca se recompuso luego de ser abandonado en diciembre de 2006.

13 de Septiembre de 2011

CFK utilizó Tecnópolis para realizar un acto de campaña –disfrazado de anuncio pomposo-, con la complicidad de un significativo número de industriales nacionales y otros extranjeros, que también creyeron y compraron el “relato-discurso” del “ya ganó” que tanto el oficialismo como los medios han logrado imponer en la agenda popular. A pesar del continuo y fuerte crecimiento económico acumulado durante la era K, especialmente durante los tres primeros años del gobierno de Néstor y hasta el 2007, donde ese crecimiento comenzó a tener ciertas dificultades propias de haber abandonado el modelo industrialista y productivo llevado adelante por el hasta entonces Ministro Roberto Lavagna como continuidad del impulsado y puesto en práctica por Eduardo Duhalde desde los comienzos del 2002, la participación de la industria en el PBI nunca logró superar las cifras de los 90 del siglo XX.

Reindustrialización es simplemente una parte importante del “relato” oficialista, al que nadie en su sano juicio puede creer o darle un mínimo valor, pues su participación en el PBI se observa hoy peor que durante los denostados noventa. Mantiene el gravísimo problema de su concentración –como era entonces- y en manos extranjeras en un porcentaje enorme. Peor aún, que ocupa menos mano de obra que en 1997, presentando además un déficit comercial considerable en el comercio exterior, que es la más importante razón para que el superávit comercial se achique cada vez más.

Este cuadro real pone de manifiesto la endeblez del relato/discurso oficialista de los anuncios del pasado lunes 5 de setiembre, donde la Presidente enarbolara la bandera de una “reindustrialización con matriz diversificada”. Su meta fue elaborar verbalmente sobre su extensión, y con base en la sustitución de importaciones. Como vemos, la participación en el PBI global hoy apenas supera el 17% contra un promedio del 18,9% de los denostados –y verdaderamente malignos- noventa. Muy lejos del 23% de los 80 del alfonsinismo, que no eran precisamente un dechado de virtudes. Ciertamente, los anuncios de Cristina no muestran ni por asomo el tan mentado proceso reindustrializador.

Al comienzo del régimen K, hubo un repunte parejo en todos los sectores que tenía que ver con el proceso previo iniciado por el duhaldismo durante la salida de la crisis de 2001, pero ese repunte se refería a la comparación con los registros del período de la crisis. Como ya dijimos, desde 2007 en adelante reaparece en forma notoria la “concentración”. Ahora, sólo tres ramas –autos, metalurgia y minerales no metálicos- representan cerca del 75% del crecimiento, mientras el resto viene notoriamente atrasado. De estas tres, la automotriz –verdaderas armadurías- y la metalurgia son excesivamente dependientes del Brasil, lo que equivale a decir que si la demanda de ese país se comprime, aquí sentiremos verdaderamente el impacto.

Mas que una hipótesis, esto es una realidad a corto plazo, pues las políticas defensivas ante la crisis internacional que puede aplicar Dilma Rousseff llevarán inexorablemente a una encrucijada a nuestro sistema semiindustrial. El real ha comenzado una devaluación pequeña pero que puede ser sostenida, y detrás de esto puede empezar a entornarse la puerta de entrada de nuestros productos en el mercado brasileño para recibir, en cambio, más bienes de nuestro socio, mal que nos pese. El avance de los minerales no metálicos se observa en relación a la construcción, alentada específicamente por el muy pobre desempeño de los plazos fijos y la obra pública, pero que está sobrevaluada en un 30% aproximadamente y en proceso de convertirse en una “burbuja”, con el lógico peligro que esto acarrea.

Aunque le cueste aceptarlo al cristinismo, el empleo industrial, si bien recuperó posiciones, se encuentra aún 4% por debajo del que existía en 1997. A partir de 2007, los sectores que crecen poco resultan ser aquellos que ocupan mucha mano de obra –textiles, madera, materiales eléctricos y PYMES entre otros-. Por el contrario, los de capital intensivo y que no aportan tanta contratación de fuerza de trabajo, continúan a buen ritmo (automotores, químicos, caucho o plástico). Y es en este punto donde debemos hacer hincapié y la salvedad más importante.

El país exhibe una escasa diversificación industrial, basándose nuestra balanza del comercio exterior en los productos primarios agropecuarios o semiprimarios como las exportaciones de alimentos y hasta bebidas, de muy limitado valor agregado. Esto significa una primarización grave de nuestras exportaciones, al tiempo que desmiente el “relato” que se pretende impulsar desde el oficialismo.

Precisamente, se revela el decisivo peso de las ventas de residuos industriales, cereales, grasas y aceites animales o vegetales y semillas oleaginosas, que detentan el 64% de las exportaciones caracterizadas como “alimentos y bebidas”. Es en esa misma línea que, durante el pasado año de 2010, el intercambio de manufacturas arrojó un riguroso déficit de U$S 24 mil millones, y hasta el automotriz -ampliado con las autopartes y otros componentes- dejaron un saldo deficitario de U$S 6 mil millones. Este riguroso examen de nuestro comercio exterior nos ejemplifica la primarización de nuestro complejo industrial, que nos acarrea un déficit de la balanza comercial de U$S 30 mil millones, sólo compensado con nuestras exportaciones agropecuarias; de allí, el inconveniente de mantener la pelea con el sector agrario, tal como lo viniera realizando la administración kirchnerista desde hace casi tres años.

Este cuadro desalentador hace gravitar decisivamente a las importaciones, o a la falta de inversiones en escala, tecnología y a la desarticulación de la propia estructura industrial, proceso que se iniciara con el golpe de Estado de 1955. En aquella oportunidad, se destruyeron la industria aeronáutica y aeroespacial, la incipiente industria nuclear y la industria bélica que legara el peronismo, así como la industria automotriz de matriz nacional y las industrias petrolera, gasífera y la del acero y sus derivados, igual que sucedió con la petroquímica. Este accionar antinacional se completó con la desindustrialización promovida por la administración de Martínez de Hoz y la dictadura de 1976, trabajo rematado luego con la política de las privatizaciones y la convertibilidad monetaria del menemato, apoyada y aplaudida incansablemente por la pareja presidencial K.

Hoy, compramos máquinas –algunas podríamos considerarlas inversiones- y también bienes intermedios, piezas y accesorios que cubren eslabones sueltos de la cadena productiva, con lo cual, aquella “sustitución de importaciones” iniciada en 2002 -tras la crisis de 2001- ahora se ha achicado o desaparecido pues, en lugar de incentivar la producción nacional de estos elementos imprescindibles para completar la cadena productiva nacional, se acepta que la industria extranjerizada importe estos bienes desde nuestro vecino sin que se le exija incentivar la manufactura de dichos elementos en territorio nacional. Solo así podrían generarse puestos laborales imprescindibles para solucionar el problema del rampante desempleo existente en la argentina del cristinismo.

Luce reluciente el “modelo K”, dependiente en un 100% de las exportaciones sojeras, ese “yuyito” que es el único sostén verdadero de todo el andamiaje económico cristinista. Este proceso es, lisa y llanamente, el de la hiperdependencia de un monocultivo. Equivale a que apostar a que una recesión en el centro del mundo globalizado no erosione los precios de los granos y sus derivados y nos conduzca irremediablemente a una profunda crisis muy similar a la vivida en el 2001. Puestas en este contexto, cuesta llamar “políticas” a las restricciones que tanto la Ministro de Industria –Débora Giorgi- como el Secretario de Comercio Interior –Guillermo Moreno- aplican sobre las importaciones.

Más que “políticas”, este compilado se trata de meras medidas proteccionistas para algunos pequeños sectores. Este “modelo con anteojeras”, que se pretende imponer como progresista y moderno, deja de lado la verdadera noción de la independencia económica y la soberanía política que se basa –a contramano de lo que creen y piensan los llamados “economistas cristinistas”- en un proceso donde la industria y la reindustrialización sean la base de una actividad que genere mucho empleo, de calidad y bien remunerado, y que guarde una correlación directa con la equidad en la distribución del ingreso, fortaleciendo el tejido social y la movilidad ascendente del pueblo.

Todo ello, sin menoscabar ni contraponerse al desarrollo del agro, y menos con medidas tardías e insuficientes como el promocionado Plan Estratégico Agroalimentario. Nada casual es que hasta los mismos sectores menos obsecuentes del cristinismo-kirchnerismo remarquen la falta de una política reindustrializadora seria y apunten a la primarización creciente de nuestra matriz productiva, mientras juzguen insuficientes –o verdaderamente nulas- las inversiones en energía, ferrocarriles, caminos o puertos y vías navegables; al fin, en la infraestructura imprescindible para dar viabilidad a cualquier proyecto serio y que se pretenda vigoroso y sostenido en el tiempo. El oficialismo endulza al populachi con “anuncios” y “promesas” que se reiteran tanto como las obras públicas nunca realizadas y mil veces anunciadas y hasta inauguradas. Hoy se trata de la puesta en marcha de los talleres ferroviarios, o la puesta en funcionamiento de la fábrica militar de aviones o los talleres de reparación de submarinos. ¿Y mañana?

Por mucho que se desestime la importancia del llamado “viento de cola”, está cada vez más claro que el mundo globalizado está jugando otro juego y que aquel comienza a alejarse –como mínimo-, dejando de impulsarnos con la fuerza que lo hiciera durante todos estos años, no sólo a nosotros es cierto, sino a casi toda la región. Pero no "en balde", algunos de nuestros vecinos en la región comienzan a tomar recaudos frente a las contingencias externas cada vez menos propicias. Pero nunca es tarde: el Gobierno Nacional ha perdido ya un tiempo valioso, dilapidando la mayor porción de los recursos recaudados. Abundan ahora las evidencias de que la Casa Rosada debió haber aprovechado la fase expansiva para articular una verdadera estrategia de desarrollo industrial y agropecuario, mas no lo ha hecho.

Brasil sigue reiterando que “es clave su alianza con Argentina”, mientras nosotros nos miramos el ombligo. El gigantesco vecino nos propone complementarnos agropecuaria e industrialmente en términos de una “alianza estratégica” y como fundamento de la integración regional, ofreciéndonos cooperación bilateral y complementariedad sudamericana en tecnología y desarrollo productivo. El objetivo es defender la necesidad de que la Unión de Naciones Suramericanas –UNASUR, que de más esta decir fue una creación de Lula Da Silva y Eduardo Duhalde- tenga una “estrategia de disuasión para cuidar sus grandes riquezas” frente a las amenazas externas de la región, entre las que ellos cuentan la biodiversidad, los alimentos y el agua potable, además del petróleo presal y los yacimientos gasíferos, mineros, salinos y de litio.

Ellos -y no nosotros- exigen que evitemos que las potencias extranjeras entiendan la actitud “pacífica” de la región como “indefensión” y como ayer lo hicieran Perón, Vargas e Ibáñez, nos proponen debatir sobre la cooperación en materia de desarrollo y producción para la defensa. En el libro “Blanco de la Defensa Nacional” producido por Brasil, se toma nota de una detallada agenda para desarrollar tareas en conjunto y así garantizar que los instrumentos de defensa de la región alcancen capacidades industriales en la materia, con la complementariedad en áreas específicas como aviónica, nuclear, misilistica, vehículos de combate terrestres y navales, etc.

Mantener el Atlántico Sur como “zona de paz y cooperación libre de armas nucleares” no debe implicar desistir de desarrollar y construir material de defensa tecnológicamente de punta –incluído el desarrollo de reactores nucleares para impulsar naves-, realizar ejercicios militares combinados entre los integrantes de UNASUR y con la eventual participación de terceros países, la ampliación y el perfeccionamiento de conocimientos mutuos en el empleo de la Fuerzas Armadas en operaciones de mantenimiento de la paz y de misiones para ONU. Este temario debe ser materia de discusión y acuerdos permanentes.

Mientras pasamos de un 9,2% de crecimiento  del 2010 a un 6% previsible para 2011, debemos prepararnos para un “aterrizaje suave” asentado primordialmente en Brasil, al que le vendemos más de la mitad de todas nuestras exportaciones industriales y que viene revisando a la baja nuevamente su proyección de crecimiento a un 3,65%, mientras China -día a día- acumula más pronósticos sombríos para 2012. Esta desaceleración gradual, producto de un menor crecimiento, implicará menor tasa de inflación y un dólar que no debería dispararse. Todo lo contrario a la Argentina cristinista de Aníbal Fernández, definida como una “economía protofloreciente”: la macro local está bajando dos puntos su ritmo de expansión, al igual que el resto de América Latina, que aminora del 6 al 4%.

Existe un “cambio de modelo económico de hecho con inflación más elevada, tipo de cambio atrasado y desaparición del superávit fiscal, que lleva implícito un sesgo a un menor crecimiento. Sólo la desaceleración brasileña le restará a la Argentina un punto de aumento del PBI en 2011” y este cambio es irreversible, pues el mundo globalizado ha ingresado definitivamente en un proceso recesivo. Nuestro país debe iniciar el camino de la reindustrialización si pretende zafarse del proceso global, y para eso es imprescindible complementarizarnos con la República Federativa del Brasil y el resto de UNASUR.

Por José M. García Rozado -Arquitecto-, para El Ojo Digital Política