POLITICA: POR MATIAS E. RUIZ, EDITOR

Una nación en ruinas, el legado que Cristina Fernández recibirá de su propia mano

Evaporada la amenaza de una oposición que se propuso quedar fuera de la carrera electoral, la Presidente comienza a comprender que no existen motivos para el festejo: la Argentina es víctima de un escenario de devastación que al cristinismo le resultará imposible resolver.

11 de Septiembre de 2011

Fin de fiesta. Curiosamente, al término de cada período de diez años, los argentinos deben volver a enfrentarse a un moméntum por demás escarpado, que suele explicarse a partir de la acumulación casi previsible de groseros errores originados en el poder de turno. Sucedió en 1989, y luego en 2001. Hoy -otra vez- las alarmas vuelven a encenderse: el kirchnerismo/cristinismo ha depositado al país en un difícil atolladero, consecuencia de una corrupción intolerable, un insostenible sistema de subsidios, una vorágine de violencia que ya se ha cobrado más víctimas que la represión de los años setenta, una renovada e incontenible espiral inflacionaria y un atraso cambiario insalvable. Peor que en épocas pasadas, los hechos aquí referidos penden en la forma de una gigantesca espada de Damocles, amenazando con pulverizar de un solo golpe al reducto remanente de las clases medias. Estas son, en definitiva, las que terminan pagando las más abultadas facturas de los tropiezos de cualquier gobierno. Porque, a fin de cuentas, los sectores industriales y empresarios acomodados siempre encuentran una vía para acordar con el poder, en tanto que las porciones de la sociedad que siempre se han visto aisladas del sistema -la denominada "pobreza estructural"- suelen ser premiadas con el subsidio familiar y la extendida invitación oficial a nunca trabajar para cosechar beneficios. Y hay pleno acuerdo entre un sinnúmero de analistas: esta última prerrogativa fue la que el oficialismo ha sabido explotar mejor. Tanto Néstor Carlos Kirchner como su Señora esposa no solo han subvertido las instituciones del país, las ONGs y la propia prensa, sino que han completado la faena subvirtiendo hasta el más elemental sentido común. Como parte de ese brillante trabajo propagandístico y con la psiquis colectiva e individual como objetivos, el ciudadano promedio evaluó -el domingo 14 de agosto de las Primarias- que no existía otra alternativa por la cual inclinarse. Volvió a triunfar el más de lo mismo. Imperó aquel viejo eslogan del "sálvese quien pueda".

En el ámbito de la oposición -en conversaciones reservadas entre candidatos supuestamente mejor posicionados-, logró encumbrarse una conclusión por demás surrealista: es mejor permitir que la propia Presidente y sus allegados se hagan cargo de la incandescente situación nacional, especialmente en la hora en esta haga eclosión. Fue protagonista, asimismo, algún sentimiento de desdén para con los votantes que optaron por la fórmula presidencial del Frente Para la Victoria. Alguien opinó que no sería erróneo invitar a la propia ciudadanía a que pague "los platos rotos". Por cierto que tales sucedáneos implican un problema de raíz comunicacional para los aspirantes que arribaron a este "concienzudo" punto de vista: jamás podrán reconocerlo ante la prensa tradicional. Y, por otra parte, no es menos cierto que mucho no podría esperarse de un candidato a presidente abrumado por sus recurrentes problemas con la bebida ni de su pensativo partenaire, un padrino de provincia venido a menos. Completan el cuadro don Hermes Binner -acaso el máximo referente de la falsa oposición- y su candidata a vice Norma Morandini, quien en su oportunidad supo poblar sus discursos con loas hacia los referentes de los derechos humanos y doña Hebe de Bonafini. Vale la pena -en pleno décimo aniversario- recordar que la ahora complicada titular de Madres de Plaza de Mayo celebró a viva voz los atentados contra las Torres Gemelas de Nueva York en 2001, así como también la desaparición física de miles de personas inocentes.

En paralelo, aquel espectro ínfimo de compatriotas que se precian de reclamar el fortalecimiento institucional de la Argentina acaso pueda celebrar la conveniente reaparición de Sergio Schoklender. Aunque parezca extraño, este hombre que juega a "doble o nada" parecería observar algún rasgo común con las porciones antioficialistas del electorado. Porque el otrora socio de Bonafini se propone llevar sus maletas cargadas de verdades al Congreso de la Nación, sin dudas el órgano con más desperfectos de esta pálida versión de democracia. Allí, aguardarán sus declaraciones los legisladores de una oposición que hoy se autopromociona como más escuálida que nunca. Schoklender podría pecar de una grosera ingenuidad si acaso pensara que ese periplo pudiera serle de utilidad. Solo basta con ver a quiénes representan sus futuros interlocutores en la Cámara. Aún cuando la meta del incombustible líder de H.I.J.O.S. esté destinada al más ruidoso y sonado de los fracasos, si algo está claro es que su exposición podría echar luz sobre ribetes interesantes, a saber, no solo respecto del conciliábulo entre Julio De Vido, Abel Fatala, otros tantos y "Sueños Compartidos", sino también de cara a esa relación que también podría cercenar de una vez y para siempre el futuro político del Gobernador de Buenos Aires, Daniel Scioli, y una larga tanda de intendentes y mandatarios del interior. Tristemente célebre ingeniería que -por lo visto- solo sirvió para que Bonafini y los hermanos ahora en pugna tuvieran un pasar digno de los más ricos y famosos del planeta. Magistrados, periodistas y dirigentes políticos del más alto escalafón se convirtieron en secuaces de esa construcción, temerosos de que al reducto derechohumanista le entraran ganas de acusarlos de "destituyentes" o de cómplices prima facie de los homicidios del Proceso de Reorganización Nacional. Y si Ud. contaba con seis años de edad en 1976, pues seguramente a nadie le importará: este suele ser un detalle ante el cual los grandes diarios hacen oídos sordos.

Hace pocos días, algún segmento societario que brillaba por su adormecimiento pareció percatarse -asesinato de Candela mediante- de la existencia de la violencia y la "inseguridad". Con toda probabilidad, aquellos que eligieron al tándem Cristina-Boudou el 14 de agosto se contabilizaron entre los primeros en recibir el cachetazo de la realidad. Porque, sin importar cuántas deudas se anotara la familia de la chiquita ultimada, la responsabilidad política ante ese y otras decenas de miles de casos que pueblan las secciones de policiales de los diarios le cabe siempre al Gobierno Nacional. Especialmente cuando este resulta ser el arquitecto de un plan confeccionado con presteza y cinismo para obsequiarle luz verde al crimen organizado, a la delincuencia común y al tráfico de drogas a gran escala. Más tarde o más temprano, si Ud. se permite el lujo de dejarse engañar por los titulares del periodismo militante o adicto, está llamado a convertirse en una estadística más del delito.

Otro tanto sucede con la parsimonia que caracteriza al argentino distraído que no solo disfruta repasando los titulares del diario de Yrigoyen, sino que goza pagando buen dinero por hacerse de él. En ocasión del furibundo (aunque sobreactuado) ataque de Florencio Randazzo -Ministro del Interior- contra Clarín y La Nación, muy pocos pudieron otear en esa novedad el plan que los hombres de la Presidente tienen para con la prensa. Esta Argentina bizarra ofrece hoy un cuadro en extremo desconcertante, a saber, uno en donde el condenado aplaude a rabiar a su verdugo, segundos antes de que la guadaña caiga con sordo estrépito sobre la línea punteada de su cuello. En este apartado, es lícito apuntar que ha sido el propio periodismo "profesional" el gran responsable en este triste capítulo para las libertades en la historia de la Argentina. Allá por 2003 -como siempre sucede al comienzo de cada administración-, los desprolijos operadores de este gobierno comenzaban a confeccionar las nóminas de aquellos hombres de la prensa que quedarían como rehenes del payroll oficial en el futuro. No existen los manipuladores, solo aquellos que se dejan manipular. Al periodismo independiente le corresponde actuar con vigor a la hora de describir y denunciar las falencias de cualquier sistema o gobierno. Esta no es una tarea para muchos; solo debería estar destinada a aquellos que tienen el valor de perforar hasta lo más profundo del hueso, sin importar a quiénes se ofende. Sin reparar mayormente en las amenazas, la extorsión ni la violencia. Desgraciadamente, nuestra realidad es muy diferente. Idéntico criterio debería aplicarse a la política. Irremediablemente, el cierre de este nuevo ciclo deberá convocar a un cambio de ciento ochenta grados en la forma que los argentinos tienen de percibirse a sí mismos.

En tanto se aproxima el epílogo de un libro cuyo final todo mundo parece anticipar -las Elecciones Generales de octubre-, no faltan aquellos que declaman que será Amado Boudou -titular de Hacienda- quien terminará quedando a cargo de la Presidencia de la Nación. Para otros, Aimé viene a ser la persona elegida para ocupar el rol del pagote, es decir, el alfil convocado para el último de los sacrificios. Se impone, ante todo, salvaguardar la figura de Cristina Fernández, bondadosa madrina y artífice del "modelo".


Por Matías E. Ruiz, Editor
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